L'Impératrice

Si googleas “L’Impératrice”, el primer resultado que te sugiere el buscador es una colonia de una marca cara. L’Impératrice, la banda que en realidad nos ocupa, quizá hayan perdido la batalla SEO, pero la casualidad deja una metáfora bastante apropiada porque estos seis parisinos llevan perfumándolo todo con sus canciones finísimas y francesísimas desde 2012. 

Dejan su fragancia allá donde alguien reclama su presencia, que cada vez es en más sitios: especialmente desde el lanzamiento en 2018 de su primer álbum, Matahari, se han hecho con gran parte del pastel del pop retro que mira hacia el disco y el funk (junto a Parcels o sus paisanos Agar Agar).

En 2020, el año del frenazo mundial, L’Impératrice no se han parado. Single va, single viene, han seguido perfeccionando una propuesta que vive en un raro equilibrio difícil de encontrar: su sonido parece salido, al mismo tiempo, de la labor de un productor de electrónica que se encierra a solas con sus maquinitas y de los esfuerzos de una banda acarreando sus instrumentos para tocar delante de tus narices. 

Hace solo una semanas estrenaban “Anomalie bleue”, un flashback vívido hecho aquí y ahora que podía haber firmado el mejor Moroder.